domingo, 29 de octubre de 2017

Parte de un todo.

Al contemplar la noche
con brillos lejanos en su bóveda
me siento insignificante
entre tanto espacio infinito,
diminuto entre tanta grandeza.
Pero cuando acepto
que soy parte de ese todo,
sonrío al ver el refulgir de los astros
y siento en mi interior
el calor de un hogar de piedra,
aquel donde albergan llamas
que crepitan en inviernos prolongados.
La singularidad de esa grandeza
hace que mis aguas se eleven
haciendo que gotas redondas
preñadas de amor
resbalen por mis asombradas
ventanas entreabiertas,
recorriendo con dulzura
paisajes ondulados, cóncavos,
y también algunos convexos.
Entonces el aire brinca
en una comba invisible,
movida en un extremo
por el latir del universo
y en el otro, como no,
por el ritmo floreciente
de mis anhelos contenidos.


Mateo Redondo Calonge












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