miércoles, 23 de julio de 2014

De excursión

El intervalo de un sol se me hizo corto.

Después de días de bochorno recurrente,
con la dermis engomada de humedades amazónicas,
evitando durante el día los fieros rayos solares,
me encontré escapando en un festivo,
tras kilómetros de combustiones petroleras
y de aires calientes en las sienes,
llegamos a un escondite verde.

Estaba rodeado de espesas colchas
plagadas de sombrillas arboladas.

Entre desniveles y sendas
albergaba una fría corriente
de agua transparente.

Nos quedamos embelesados
sentados sobre butacones de piedra
oyendo el relajante sonido
del riachuelo saltando entre las rocas.

Tuve que sacar las piernas del agua,
mil puntos me pinchaban
por aquella frialdad liquida,
hija de deshielos
y pasajera de cavernas frigoríficas.

Comimos en un claro
de rústicas mesas
con asientos de tablones.
Sobremesa de cartas,
con risas,
con negativas de vencidos.

Cerré los ojos sonriendo
cuando me recosté
en el extenso colchón
de verdes y flexibles tallos,
al cobijo de aquellos parapetos solares
sujetos a troncos decenarios.

Por un instante me imaginé
criaturas fantásticas
moviéndose entre el denso bosque,
gnomos abrigados con hojas
escondiendo provisiones
para el blanco invierno…

No pude soñar más,
había que regresar,
a la rutina
de las pieles de chicle
sin sabores mentolados.

lunes, 21 de julio de 2014

Para Carmen, paciente de IRC, y por extensión a todas las personas cuya salud no sea la idónea.

Me recreé viéndola venir.
Caminaba con firmeza planetaria,
dejando estelas de iones de flores y asombros.
Mi ego no se atrevía a opinar,
aún estaba boquiabierto,
perplejo, receloso de saber la alegría
que fluía al contemplar su sonrisa,
del cariño que veía en su mirada,
de la pasión que sentía con sus besos,
de su calor, de su divina llama,
que ella tiene en sus manos, y en todo su cuerpo desnudo.
¡Qué sensualidad tiene su voz!

Ahora, después de infinitas orbes,
de desintegrar innumerables meteoritos cortantes,
feroces por invadirnos,
la sigo viendo igual,
tal vez con más ternura, tal vez.

No nos queda mucho por hacer,
eso cree ella,
quiere disfrutar de lo realizado,
de baños lunares de luces azuladas
y de atravesar umbrales conocidos.

Su salud se ha estropeado, lo sé.
Es normal tras regalarnos
sus esferas de luz violeta.
Por eso le digo:
No pares la marea,
no dejes que tu mar esté en calma.
En la bóveda de los firmamentos
se ha reflejado brillando
el suspiro de tu alma.

Muchas estaciones quedan por pasar.
Muchas risas esperan ansiosas
romper el silencio,
guardadas en su cofre medio abierto
entre ironías de su ingenio.
¡Ojala supiéramos reparar su pared maestra!

Le explicaría mil fábulas si me dejase,
si quisiera, bailaría mil canciones con ella,
le leería mil estrofas de sueños de poetas
para que no se aburriera,
en las horas prisioneras
de los acantilados inquietantes,
cuya visión no puede eludir.

Necesitas un tiempo, lo sé.
Es normal para adaptarte
a esa nueva realidad
de la que nadie conoce la duración.
Pero, es una rutina necesaria
hasta que regrese tu alegría
ahora limitada a curvaturas temporales.

No estás sola. Lo sabes.
¡Recuérdalo!

Ni rayos luminosos,
ni resplandores vertiginosos,
tienen la calidad de tu luz.
¡Recuérdalo!

Estamos de paso. Lo sabemos.
En los buenos momentos
atenaza el fluir de tu reloj de arena
ralentizando el paso de ese tiempo.

¡Haz que así sea!

lunes, 14 de julio de 2014

En la tormenta

Era una mañana de aire refrigerado,
de compactas nubes oscuras.
Los caminantes tempraneros,
jubilados de pasos polvorientos,
con ombligos convexos,
alentados por la brisa penetrante,
ágiles se movían
con sus uniformes
de entrenadores pokemon,
por paseos terrosos bordeando el mar.
Unos cúmulos encendieron
sus aspersores transparentes,
enviando esféricos racimos
de gruesas gotas de agua inquietas.
Al momento el polvo del suelo desapareció
atado por aquella limpia agua que caía,
que sin ninguna dilación se mezcló corriendo,
formando infinitas regatas de chocolate con vainilla.
Inmerso en sus pensamientos granates,
férricos, con una soledad cortante,
aquella persona con cubierta impermeable
contemplaba los visillos del cielo.
Era un tonto desahogo ver las nubes llorar,
en vez dicha persona 
de romper el llanto rancio aglomerado.
No tenía ganas, no,
la decepción era
como una segunda sombra
que le acompañaba,
sólo visible
en su almendrada mirada.
Testigo de errores, banalidades,
y de egoísmos melonares,
decidió no tener en cuenta
los esfuerzos sin reserva
que con su amor había dedicado.
Al recordar su amor
aquel ser se sintió liberado.
Raudas gotas saladas brotaron
que al suelo cayeron,
sin ruido, sin desconsuelo.
Tan sólo habían aflorado
después de sentir la desdicha
de no poder dar mágicas soluciones
a empinadas pendientes
por las cuales otros debían de ascender.
Un relámpago tronero
corto sus cavilaciones.
Sin saber si había sido una señal,
desconociendo si era afirmativo
o tal vez justo a su pensar,
la relatividad de las cosas
le explotó en su pensamiento.
Al igual que letras cayendo de un libro,
así lo vio,
quedándose las hojas limpias
para poder volver a emborronarse.
¡Por eso hay noches entre los días! Exclamó.
Asumió que en esos intervalos
podía decidir su comportamiento
para hechos venideros.
Ese ser sintió que había juzgado
de forma equivocada
hasta en la forma.
El resplandor amatista le sobrecogió,
pues esperaba un atronador sonido,
más ni un decibelio golpeó.
¡AMOR! Esa era la palabra
que tenía en su mente
cuando todo se iluminó.
Sonriendo
levantó su rostro al firmamento.
Infinitas y constantes gotas
empaparon su rostro
adentrándose entre los pliegues
de sus sintéticas envolturas.
Su alma brillaba
con luz violácea,
en aquel cuerpo empapado
de agua y alegría.
Se alejó dejando en la tierra
huellas pasajeras
de formas navales,
mientras deseaba
ver al mirar,
escuchar al oír
y amar al sentir.